El vampiro de Dusserdorf

La noche caía lentamente sobre la ciudad de Dusserdorf. Mientras que la sombra se adueñaba de las calles, de los paseos y los edificios la gente escapaba. Cada puerta, cada ventana era cerrada con pestillos y cerrojos. Todo parecía indicar una ciudad muerta. Una ciudad en donde el error imperaba. Por qué cuando las tinieblas se hacían espesas surgía… El vampiro de Dusserdorf.

Un año de terror.

Los escasos transeúntes se apresuraban a buscar el seguro refugio de sus hogares. Las calles se veían vacías y sin vida. Una opresión maligna flotaba sobre lo que había sido una alegre ciudad rural alemana.

Los niños eran retirados de los parques y centros de diversión y guardados con extremo cuidado. La gente escapaba de un ser sin rostro, sin forma, sin nombre. Un vampiro que atacaba demencial mente y que había dejado 46 cadáveres en su ruta de perversión sin límites.

¿Era un espectro…? ¿Un criminal…? ¿Un vampiro…?

Mientras que las luces se escondían en las calles y el interior de las casas corría el mes de agosto.

Todo el mundo temblaba tras de sus cerrojos candados. Nadie podía estar seguro del siguiente golpe. Del próximo asesinato brutal. Las siguientes horas demostrarían la bestialidad completa del fantasma incorpóreo que había sido bautizado como el vampiro de Dusserdorf.

Sin embargo quedaba un lugar cuajado de luces y alegría.

En un suburbio de la ciudad conocido por Flehe, la multitud se divertía celebrando la feria anual de su patrono.

Los antiguos tío vivos giraban al compás de la música avara, las luces se mezclaban con el sonido de los fuegos artificiales y la bullanguería de la multitud. Barriles de espumosa cerveza eran destapados sin cesar y las salchichas y pastelitos hacían las delicias de las familias que pasaban de puesto en puesto divirtiéndose sanamente.

Una orquesta improvisada atacaba con ejemplar brío lo mejor de las marchas folclóricas del país.

Todo el mundo se acaba lo mejor de aquel breve verano alemán. Los hombres luciendo sus trajes domingueros y las mujeres aquellos trajes que guardaban desde el día de la boda. Enjambres de chiquillos se confundían entre los mayores aumentando la alegría y el estruendo general. Había un total sentimiento de confort y seguridad y sin embargo este sentimiento era falso.

El vampiro sádico aguardaba…

A eso de las 22:30, dos hermanitas abandonaron la feria tomadas de la mano. Se trataba de Gertrude Hamacher, de 14 añitos y su hermana Louise. Ambas, gastado el escaso dinerito que poseían para la fiesta se retiraban  a dormir aún emocionadas por la alegría infantil.

Un mostró se agazapaba en las sombras…

Un monstruo que las seguía paso a paso con una sonrisa siniestra. Una sonrisa que le partía sus delegados labios rojos mostrando dientes como puñales afilados y brillantes.

Gertrude, sintió los pasos y se detuvo apretando la manita de su hermana. Miro a su alrededor paralizada por el miedo.

Una suave y educada voz salió de las sombras y un hombre de gentiles maneras le sonrío.

-Se me olvidó comprar cigarrillos en la feria querida. ¿Serías tan amable un paquete mientras que te cuido a tú hermanita…?

Gertrude vaciló sólo un instante.

El hombre le mostraba un billete de gruesa denominación en la mano.

-Puedes quedar que con el cambio…- susurró.

La chiquilla corrió en busca de los cigarrillos. Mientras tanto él extraño tomaba a la niña de la mano llevando la hacía la oscuridad de un callejón lateral.

Allí sus manos se convirtieron en garras sobre el frágil cuello. Apretó mientras que la infeliz criatura pataleaba hasta que arrancó el último soplo de vida de su cuerpecito. Después, tranquilamente le cortó el cuello de lado a lado con una afilada navaja barbera del tipo bávaro.

Una vez consumado su espantoso crimen, mientras que la chiquilla aún se debatía después de la muerte con espasmos musculares, se inclino sobre la garganta destrozada y comenzó a chupar la sangre que escapaba de las venas y arterias degolladas. Cinco minutos después volvía la infeliz Gertrude.

-Gracias…- susurró el hombre extendiendo la mano.

Gertrude, le dio los cigarrillos.

Estaba a punto de preguntar por su hermanita cuando vio el cuerpo en la tierra. En un charco de sangre oscura que se extendía por instantes.

No tuvo tiempo de pedir ayuda.

El vampiro de Dusserdorf la degolló tranquilamente. Si hace caso de los ronquidos siniestros y agónicos de la adolescente la afilada hoja pasó de oreja a oreja

Después repitió la misma operación… Se debió la sangre que manaba a chorros. Sólo que en esta ocasión la niña aún no estaba muerta… La chiquilla murió con la horrible visión de un hombre que le chupaba la sangre de sus arterias seccionadas.