Sus víctimas eran niños de las zonas marginales de Río de Janeiro. Los atraía ofreciéndoles comida, dulces o dinero, luego los violaba y los mataba a golpes, dejando los cuerpos inanimados junto a bandejas con restos de comida. Después compraba los periódicos para ver si la gente se enteraba de sus crímenes.

A principios de 1990, la ciudad brasileña de Río de Janeiro sufría a diario el asesinato de niños de escasos recursos a manos de los denominados escuadrones de la muerte. Los cuerpos de los niños de las favelas aparecían en los informativos y la brutal limpieza social era una tragedia cotidiana.

Camuflado en ese dramático contexto social, un asesino en serie actuaba con total impunidad. Captaba a los niños en las zonas marginales de Río, y los convencía ofreciéndoles comida, golosinas o dinero. Los mataba a golpes y los violaba, dejando bandejas con comida al lado de los cadáveres. Después compraba los periódicos para ver si los cuerpos habían sido hallados.

Recién en 1992, la fuga de una sus víctimas permitió apresarlo y descubrir la estela de horror que había provocado. Su nombre era Marcelo Costa de Andrade y con sólo 23 años cometió 14 asesinatos en pocos meses entre 1991 y 1992. Además de violar y asesinar a los niños, en algunos casos confesó haber bebido la sangre de algunas de sus víctimas. Otros cuerpos fueron encontrados decapitados o les había arrancado el corazón.

Su primera pregunta en prisión fue si existía un asesino similar en el mundo. Marcelo Costa de Andrade creció entre la Rocinha, la favela más grande de Río de Janeiro, y la casa de sus abuelos en el estado norteño de Ceará. Andrade tenía un desorden mental evidente y a los 10 años sufrió el abuso sexual de un vecino de la favela. A los 14 escapó de la casa de su madre y empezó a prostituirse en las calles de Río de Janeiro. A los 16, cuando retornó al hogar, intentó abusar de su hermano menor.

Luego de esta saga de episodios aberrantes, la vida de Andrade pareció encontrar un rumbo. Su familia se mudó a la zona de Itaborai, en Niteroi, separada de Río de Janeiro por la Bahía de Guanabara. Consiguió trabajo como repartidor de volantes y comenzó a asistir a ceremonias evangelistas en la Iglesia Universal del Reino de Dios.

Pero en su cerebro bullía el impulso de matar. Al escuchar los sermones de los pastores, su mente desequilibrada entendió que si un niño muere antes de los 13 años iba directamente al paraíso, por ser completamente puros de espíritu. Esa misma conclusión lo llevó a beber la sangre de algunos de los niños que mató, para incorporar algo de su pureza.

En diciembre de 1991 conoció a dos hermanos en las calles de Niteroi, llamados Altaír e Ivan Abreu. Violó y mató al pequeño Ivan, de 6 años, frente a la mirada horrorizada de Altair, a quien también abusó. Dejar con vida al niño fue el comienzo de su final. Apenas pudo escapar, Altair Abreu retornó a su casa y la denuncia por la desaparición de Ivan no tardó en llegar a la policía.

Guiados por la pequeña víctima, capturaron a Marcelo Costa de Andrade frente a su lugar de trabajo, en el barrio de Copacabana.

En un comienzo, el asesino sólo reconoció el crimen del Ivan Abreu, pero el testimonio de su madre, Sonia Andrade, fue clave para despertar una confesión espantosa. La mujer aportó como prueba un machete ensangrentado que Marcelo ocultaba en su casa. Frente al arma asesina, relató 14 asesinatos y guió a la policía por las escenas del crimen.

En medio del recorrido, intento fugarse, objetivo que concretó en enero de 1997 al escaparse del Hospital psiquiátrico Heitor Carrillo. Luego de 12 días, fue recapturado en Guaraciaba do Norte, en Ceará, lugar en dónde había vivido parte de su infancia.

Andrade fue declarado inimputable y se encuentra detenido en el Hospital psiquiátrico Henrique Roxo, el manicomio judicial de la ciudad de Río de Janeiro.