Los asesinatos en el huerto del francés
A comienzos del siglo XX ocurrieron en España una serie de crímenes que, aún hoy, más de un siglo después sigue siendo recordado en los anales de nuestra España negra en letras de oro, hablamos de los crímenes del huerto del francés. Allí, Juan Aldije Monmeja, alias el francés y José Muñoz Lopera, el manzanilla, terminaron con la vida de seis personas para robarles. Estos asesinatos llevarían a la muerte a garrote vil a sus autores.
Pero situemos la historia. Peñaflor, era y es una preciosa población situada muy cerca de Sevilla y Córdoba. Sus tierras están bañadas por el rio Guadalquivir y sus habitantes en aquella época se dedicaban mayormente a la agricultura y la ganadería. En las afueras existía una casa rural, con cuadras y corrales y además un huerto de unas dos fanegas aproximadamente de tierra. En ella vivía Juan Aldije más conocido por el francés, natural de Agen, en la Gascuña francesa, que había huido de su país para escapar de una condena a 20 años de presidio por haber cometido una quiebra fraudulenta. Con él vivía su segunda esposa Elvira Menéndez y sus cuatro hijos. Su primera mujer le había abandonado y regresado a su país.
El francés, según las crónicas de la época, “era un hombre de 54 años, aunque no los representaba y si bien no frecuentaba los bares y casinos, gracias a su forma de ser abierto y hasta simpático, tenía muy buenas relaciones con todas las personas pudientes de la localidad, ejerciendo funciones de picapleitos”. Las mismas páginas definen al cómplice del anterior, José Muñoz, como “un hombre de 40 años instruido y simpático, bastante apreciado por todo el pueblo en general y relacionado con todo lo más selecto de la vida, teniendo únicamente como nota discordante ser jugador de profesión”.
El dúo Aldije-Muñoz había congeniado a la perfección. Durante seis años, tenían organizado un “negocio” perfecto. Uno de ellos elegía a los incautos que tuvieran dinero los convencía para jugar una partida. El otro se encargaba de matarlos, entre ambos, cavaban tumbas para después enterrarlos previamente, las víctimas eran desposeídas de todo cuanto de valor llevarán en su poder. Nadie sospecha en el pueblo que cerca había dos crueles asesinos que seguían haciendo una vida normal entre ellos
Después de seis años de actuar con total unidad, unos hechos van a terminar con el lucrativo y maquiavélico plan. La mujer de Juan Mohedano, alarmada por la desaparición del mismo, pone en conocimiento de un primo suyo las sospechas de que algo le ha podido pasar al no tener noticias del mismo desde hace días y tener constancia que llevaba en su poder la importante cantidad de 28.000 reales. Este hombre y un amigo que fue policía consiguen saber que el desaparecido se había hospedado en la fonda del Betis de Sevilla capital y que desde allí se había desplazado hacia Peñaflor en compañía de un vecino del pueblo de nombre José Muñoz Lopera. Llegados a un punto donde no avanzan más en sus pesquisas trasladan estas informaciones al gobernador civil de la provincia, pero la justicia es lenta y el tiempo pasa sin resultados.
En la localidad sevillana de Peñaflor, el Cabo Comandante de Puesto de la Guardia Civil, Juan Atalaya, conocedor de su demarcación y de los habitantes de la misma, tiene conocimiento a través de una circular de la existencia del caso. En el documento se especifica que ha desaparecido un hombre de nombre Miguel Rejano Espejo y que había estado en ese pueblo para unos temas de juego en compañía del vecino José Muñoz. El Cabo Atalaya llama a Muñoz y le interroga sobre el asunto. Este deja constancia que, efectivamente, conocía a Rejano pero que la última vez que se habían visto era en Sevilla y, desde entonces, no sabía nada de él. Informado el juez dictamina que no existen razones fundadas para detenerlo. Idéntica situación se da con Aldije, alias el francés, que también es blanco de las sospechas, amigo del anterior y también aficionado al juego. Finalmente queda en libertad al no poder imputársele nada.
El tiempo sigue corriendo y las pesquisas no dan resultado. Misteriosamente, se confirman las sospechas del Cabo Atalaya cuando la esposa del desaparecido Francisca Márquez, recibe la siguiente confidencia “deben buscar en Peñaflor, en el huerto del francés, allí está enterrado”. El día 10 de diciembre de 1904, el Cabo Atalaya en compañía del guardia segundo José Zayas Montoya, se persona en la finca del francés. Su esposa le dice que ha salido y su hijo Víctor presencia en el registro que no da resultado positivo. Al día siguiente, se vuelven a presentar el juez fuerzas del puesto de la Guardia Civil pero al igual que el día previo, los resultados resultan negativos.
Se sigue pensando que en el huerto puede estar el cadáver de Rejano, por lo que el día 14 se realiza un registro mucho más a fondo, empleándose para ello grandes varillas que son introducidas en la tierra. Presentes están, el juez, la Guardia Civil y vecinos del pueblo y varios familiares del desaparecido. Durante toda la mañana y casi toda la tarde, se trabaja sin descanso, cuando parece que el resultado será negativo se observa un trozo de tierra que está removida, introduciendo una barra que al ser extraída mostraba señales de un posible cuerpo en descomposición. Animados por el hallazgo empiezan a cavar con los azadones descubriendo, cuando ya cae la noche, un cráneo con una gran fractura en el temporal derecho. El estado de los restos descarta que pueda ser el desaparecido, lo que sorprende a todos al no contar entre sus pensamientos el localizar un cadáver diferente. Ante tan fúnebre hallazgo, el juez de Lora del Rio ordena a la Guardia Civil que proceda a la detención de la esposa e hijo del francés, a la vez que dicta orden de búsqueda y captura del mismo y también de su cómplice Juan Muñoz.
El día 15 posterior al del hallazgo del cadáver y a primera hora del día, ya se está excavando la tierra en busca del desaparecido, pero en su lugar aparecen dos nuevos cuerpos con golpes muy profundos en la zona occipital del cráneo, que incluso son más antiguos que el hallado el día anterior. El caso estaba tomando visos espeluznantes. El día 16 apareció el cadáver del finado Rejano, así como otro que llevaba tiempo enterrado. El ciclo se cierra el día 17 con un sexto y último cuerpo que, a juicio de los forenses, podrías llevar enterrado unos seis meses. Las excavaciones posteriores descartan la presencia de más cuerpos enterrados. También la Guardia Civil registra a fondo la casa encontrando un total de 4200 pesetas.
Juan Muñoz el manzanilla fue detenido rápidamente. Al que parecía que se le había tragado la tierra era al francés. Después se supo que enterado de los registros, había huido a pie hasta la cercana localidad de Lora del Río, desde donde tomó un tren para Tocina-Empalme. Su idea era ir hacia Badajoz para pasar posteriormente a Portugal y, finalmente, huir a Brasil. A partir de aquí existen dos versiones. Por un lado, se cree que, una vez enterado de la detención de su mujer e hijos, volvió para entregarse. La otra, a la que quizás damos más credibilidad a raíz de mirar la hemeroteca de la época, relata que el Cabo Atalaya, recibió una confidencia de que el francés se encontraba en un cortijo cercano. Allí, se desplazó en compañía de los guardias a sus órdenes José Gordillo Montero, Ángel Ruiz Ariza, José Zayas Montoya y Rafael García campos. Emplazados ante la puerta del cortijo ordenan salir al francés que, en un principio, se hace fuerte con una escopeta que lleva cargada. Al final se rinde y se entrega.
Los seis cadáveres fueron identificados con posterioridad gracias a los asesinos. Todos ellos habían sido engañados por Juan Muñoz con la promesa de jugar en una timba donde se conseguían grandes premios. El total del botín conseguido fue de 28.300 pesetas, a cambio de la vida de seis personas, salvajemente asesinadas. El modo en el que actuaban los asesinos era siempre el mismo. Juan Muñoz, simpático y dicharachero se ganaba la confianza de personas que disponían de dinero y a los que les gustaba jugar, desplazándose a Peñaflor en concreto a una finca llamada el huerto del francés, la excusa era perfecta y creíble por los engañados. Lo hacían fuera de la población para evitar que las autoridades y sobre todo la Guardia Civil se enteraran dado lo perseguido que estaba este delito. La noche señalada, los asesinos ya habían preparado todo, entre otras cosas abrir un agujero donde enterrar a la víctima. Por el camino a la casa llegaba Muñoz, como siempre con el inocente con su bolsillo lleno de dinero. Era medianoche. Allí le presentaba su cómplice, tan encantador como el punto a partir de este momento, todos los pasos estaban cuidadosamente estudiados. El francés se había fabricado una barra de hierro, que tenía unos 5 cm de diámetro por 40 de largo, un arma mortífera. Para no hacerse daño le había colocado en la empuñadura varios trapos. Compinche había colocado cerca del lugar también un martillo de kilo y medio de peso por si tuviera que rematar a las víctimas. El escenario se completaba con unas supuestas cañerías que habían colocado en el suelo. La historia repetida seis veces se completaba así: Muñoz, ya en la finca, había presentado a Aldije, y le indicaba el camino por donde se debía dirigir para jugar la partida. El, con una excusa, se quedaba en retaguardia y cuando estaban cerca de donde supuestamente estaban las cañerías, previamente colocadas, Muñoz decía “don fulano, tenga cuidado con esas cañerías del suelo” instintivamente, la víctima bajaba la cabeza para mirar y, en ese momento, el francés con su barra de hierro golpeaba con todas sus fuerzas y acababa con la vida del incauto. Posteriormente, seguían el mismo ritual, les quitaban la chaqueta y el chaleco, y le trasladaban hasta la fosa que ya tenían preparada. Le enterraban, cogían la ropa que les habían quitado quedándose con el dinero y, después la quemaban. A las tres de la mañana cada asesino se encontraba ya en su casa, dispuestos a seguir al día siguiente con su vida de ciudadanos ejemplares.
Detenidos los culpables, quedaron en libertad la mujer e hijo del francés. Contra ellos no había quedado demostrado que tuvieran conocimiento de las andanzas del mismo. Los que sí se sentaron en el banquillo de los acusados fueron los “presuntos” autores de los crímenes. Eso sucedía año y medio después de su detención y en Sevilla, lugar donde se celebraba el juicio la expectación era máxima; numerosos medios de comunicación, familiares y, sobre todo, cientos de curiosos estaban pendientes del resultado final de un suceso que había conmovido a la opinión pública nacional y que éste mente, había hecho famosa la localidad de Peñaflor en todo el mundo. Durante el proceso, el manzanilla, había montado una estrategia consistente en dejar de comer en protesta, suponemos por el proceso; el otro implicado el francés, en cambio, quiso desmentir lo que había declarado e intentó salvar su vida echando todas las culpas a su cómplice, tretas que no les sirvió para nada. Al final el juez dictaminó seis penas de muerte a cada uno de ellos, una por cada uno de los asesinatos cometidos.
Este caso, recordado aún hoy como uno de los crímenes más famosos de nuestra historia negra, tuvo con el paso del tiempo repercusión mediática, llegándose incluso a rodarse una película que dirigió Paul Naschy en 1977 titulada “El Huerto del Francés”. Pero lo cierto es que ni prensa y televisión ni el cine han superado una realidad que conmovió la España de principios del siglo XX.
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